La obra recibe el nombre de El éxtasis de Santa Teresa y su autor es
Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) quien la creó entre 1645 y 1652. Se inscribe
en el momento culminante del estilo barroco en Italia, cuando los edificios y
su ornamentación, como afirma Gombrich, “acumularon las ideas más deslumbrantes”.
El contenido representado muestra una de las experiencias místicas de la
carmelita española Santa Teresa de Ávila, que levita al recibir la comunión
mientras un ángel le traspasa el corazón. Uno de los aspectos más llamativos es
la capacidad de abstracción del autor, que partiendo de los textos del libro Vida, escrito por la religiosa, fue
capaz de representar, gráficamente, su contenido. No parece esta la simple
copia en mármol de una estampa, sino la materialización de toda una forma de
ser. Bernini debió estudiar profundamente la obra de Santa Teresa para poder
darle forma a su misticismo y, comprometido con la causa de la Contrarreforma,
consiguió sumergir al espectador en la experiencia religiosa, siguiendo las
recomendaciones del concilio de Trento.
El Éxtasis de Santa Teresa conforma y
organiza todos los elementos del altar de la capilla Cornaro. Formalmente, es mucho
más que una obra escultórica, es todo un escenario teatral diseñado para
cumplir un fin concreto: envolver a los asistentes y hacerlos partícipes de una
fe. La escena principal se observa en contrapicado, con la consiguiente
sensación de superioridad que transmite el hecho narrado. Pero las figuras del
ángel y de Santa Teresa están iluminadas desde arriba, desde una ventana
invisible y sugerente, una metáfora del cielo y de la luz del Creador. El autor
hizo uso de su destreza para los detalles, especialmente para el retrato, y
consiguió un nivel supremo en la expresión del ángel y de la santa. Sorprende
el equilibrio entre ambas expresiones que configuran una verdadera escena de
acción, reforzada por la forma de resolver los pliegues de las ropas, un
tratamiento desconocido hasta el momento.
Quizás
Bernini, como sus predecesores del Cinqueccento,
mantenía fuertes raíces de aquel individualismo renacentista porque solo así es
posible emprender caminos nuevos en un ambiente acotado por los encargos y los
gustos de los mecenas. Su producción artística se inscribió en un periodo
política y socialmente convulso, donde la omnipresente religión sufrió el
impacto de la Reforma y la reacción de la Contrarreforma. El arte cumplía una
misión fundamental en la consolidación y propagación de las creencias, el
movimiento protestante proponía la exclusión de las imágenes y su culto, y la
reacción del orbe católico descubrió que el arte podía servir también para
“persuadir y convertir a aquellos que, acaso, habían leído demasiado”.
El XVII fue
un siglo original de profundas contradicciones, al que varios autores se han
referido también como “siglo trágico” o “de la crisis socio-económico-política”.
En cualquier caso, el contexto en el que Bernini desarrolló su arte es de
regresión económica general, tras el impulso renacentista, con una primera
crisis del incipiente capitalismo. A esto se suma una crisis de relaciones
entre el Estado y la Sociedad, una crisis también, como afirma Mousnier “de
todo lo referente al Hombre”. Demográficamente, el XVII es un periodo negativo
a causa de la peste, el hambre y la guerra. Mientras Bernini trabajaba en la
capilla Cornaro se produjo el periodo de mayor intensidad en la dinámica
epidémica y el gasto público aumentó de forma espectacular. En este contexto la
representación de la transverberación de Santa Teresa jugó un papel decisivo
como catalizador de un estilo artístico, el Barroco, convertido en el símbolo
del catolicismo restaurado.
Bernini
superó el arte de la escultura para convertirse en un narrador omnisciente que
relata una historia con todos sus matices, a través de las expresiones, las
formas y la luz. En literatura está asumido que los personajes, una vez
creados, se independizan de sus autores para iniciar una vida paralela y
distinta. En escultura, sin embargo, la obra siempre se analiza como producto
de su creador, obra de arte y artista forman un conjunto de relaciones inseparables
que se alimentan mutuamente. Pero el Éxtasis
de santa Teresa puede ser una de esas obras capaz de independizarse de su
autor, como los personajes de ficción inspirados en referentes reales que
adquieren vida propia, escapando al corsé de la realidad y a la mente creadora
de su autor. Esta no es una escultura más del Barroco italiano, la talla en
mármol adquiere varios niveles de tridimensionalidad que se separan entre sí
gracias a las texturas y a la escenografía recreada alrededor del motivo
principal. La mirada del ángel delata sus intenciones, el desfallecimiento y la
expresión de Santa Teresa ofrecen un sinfín de sugerencias, incluso para un
mismo espectador que la observe en momentos diferentes. La relación entre ambas
figuras es sencillamente perfecta, y nos sumerge en el acontecimiento
religioso, tal como pretendió su autor.
Santa Teresa
nació un día como hoy, 28 de marzo del año 1515. Bernini escenificó su Vida más de un siglo después pero,
acabada su obra, él dejó de estar presente; al conseguir una perfecta
escenografía borró cualquier recuerdo que nos pueda hacer pensar en las manos
que tallaron aquellos mármoles. Esa es la grandeza del arte.
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