martes, 9 de abril de 2013

El clan de los mediocres


La democracia española parece haber pasado de una pubertad explosiva y una juventud llena de emociones, directamente a la ancianidad, sin haber vivido una etapa de madurez que hubiese aportado la experiencia y los mecanismos necesarios para afrontar una tercera edad plena, con el optimismo y la seguridad que otorga un camino bien recorrido.
Una mirada a nuestros últimos treinta y cinco años evidencia una laguna que debería corresponderse con unos años de consolidación de los sectores estratégicos del país, como la industria, la banca, la investigación o la educación, entre otros, pero también con la aparición de generaciones de profesionales honestos y políticos de talla, capaces de dar mucho por este país. El escenario ha sido propicio, estaba todo por hacer y se pudo haber hecho muy bien, pero no ha sido así.
 
Pasamos del finiquito de la dictadura, a la ilusión por construir un país decente donde vivir y trabajar; y en esas estábamos cuando de repente nos hemos hecho viejos y hemos tenido que cambiar, de golpe, el ritmo de nuestras vidas, porque nos han abandonado las fuerzas y las ilusiones. Nos acostamos un día, con apenas treinta y cinco años, y nos despertamos por la mañana convertidos en ancianos. Esto podría parecer una metamorfosis kafkiana pero no lo es. Nuestro proceso de envejecimiento acelerado es real y tiene culpables. Son personas, y constituyen un clan que transgrede las ideologías; no están organizados pero tienen una única aspiración común que consiste en ellos mismos, y para alcanzarla están dispuestos a vulnerar cualquier norma ética o legal. No les importa militar en cualquier partido político, sindicato o asociación profesional sin conocer el significado de las palabras generosidad o empatía. Es el clan de los mediocres, una suerte de individuos cuyo lema parece ser el opuesto al que propone Karl Pooper, el de personas que “respetan los derechos el uno del otro dentro del marco de la mutua protección proporcionada por el Estado y que logra, mediante la toma responsable y racional de decisiones, una vida más humana y rica para todos”.

Nuestro clan conduce al país en sentido contrario, y por eso, parafraseando a César Muñoz, podemos decir que España ha fracasado estrepitosamente. Se trata de individuos carentes de capital social que practican el clientelismo para alcanzar, mediante atajos, alguna cuota de poder, y una vez en él, ejercen y exigen su mismo método para crear un círculo de vasallaje que los mantenga arriba. Desde sus fortalezas ya no vacilan en ejercer la corrupción.


Algunos miembros del clan están en la cárcel, otros son presuntos candidatos a ocupar celda con rejas, pero la mayoría sigue en sus puestos. Todos ellos son los que han robado esa parte de España que ahora nos falta, la tienen troceada y escondida para su uso personal. Nuestro clan está perfectamente integrado en el coto cerrado de los Gobiernos, las partitocracias, las oligarquías económicas, el mundo empresarial y las organizaciones sindicales. Desde sus fortalezas han socavado instituciones públicas y privadas, han llevado a la bancarrota a comunidades autónomas y a entidades bancarias; sus acciones han provocado una brecha en nuestra historia que costará años reparar, y sobre todo, han debilitado nuestra joven democracia. Y solo superaremos ese abismo cuando el clan de los mediocres se disuelva, y cuando los manuales de Historia de España dejen en blanco unas páginas de los primeros años del tercer milenio. 

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