martes, 4 de junio de 2013

Reservas marinas: una langosta que se muerde la cola

Las Islas Columbretes son un pequeño archipiélago que emerge a unas treinta millas náuticas de la costa de Castellón. Surgieron en el Cuaternario como producto de numerosas explosiones volcánicas y forman un sistema de cuatro islas principales que dan nombre a otros tantos grupos de pequeños islotes: la Columbrete Grande, la Ferrera, la Horadada y el Bergantín.

Casi dos horas de navegación, desde la ciudad de Alcossebre, y entramos por una gigantesca herradura de rocas que hace las veces de un puerto natural.
Los biólogos Templado y Calvo han definido el conjunto de las islas como “la parte visible de un extenso campo volcánico submarino” que casi las compara con la punta de un iceberg.
Si las tierras emergidas sorprenden por su inusual belleza, el descenso por las paredes sumergidas, abruptas y profundas nos lleva de viaje hasta el corazón del Mediterráneo porque en estas aguas se han catalogado la práctica totalidad de comunidades vivas propias de los sustratos duros. A la variedad de especies se une su alto grado de conservación y unas aguas limpias y transparentes, gracias a la distancia de la costa y por tanto de los focos de contaminación y de la influencia antrópica.

La vida salvaje empieza aquí muy cerca de la superficie. La intensa radiación solar promueve el desarrollo de un cinturón vegetal que rodea las islas. 


El archipiélago está protegido desde 1987. En 1988 la Generalitat Valenciana  calificó las islas como Parque Natural y en 1990 el Ministerio de Agricultura y Pesca creó la Reserva Marina de las Islas Columbretes. En 1994 se consolidó el proceso de protección con la calificación de Reserva Natural, figura de máxima protección en el ordenamiento de la Comunidad Valenciana.
Este cuarto de siglo de vigilancia y limitación de la pesca ha dado como resultado una regeneración de las especies pesqueras de alto valor comercial. Las langostas de Columbretes son el mejor ejemplo de una política de protección acertada. Cuando pasamos la cota de los cuarenta metros de profundidad, una cantidad inusual de langostas deambula por los fondos profundos y tenemos la sensación de estar viajando en el tiempo, como los pescadores cuentan que era hace más de cuarenta años.
Pero conseguir este estado de buena salud del ecosistema de las islas no ha sido una tarea fácil sino un trabajo constante de lucha contra los pescadores furtivos, las veinticuatro horas del día, y los 365 días del año. Tres vigilantes, en turnos de quince días, han dedicado sus vidas a proteger un patrimonio común en beneficio de todos, pero sobre todo, de los propios pescadores.

Una vez que las poblaciones de langosta se recuperaron, de manera natural salen de la reserva y pueden ser pescadas - nos dice Santiago, uno de los vigilantes -

Este fenómeno se conoce como efecto reserva y es el que asegura el sostenimiento de los caladeros y garantiza  las capturas a los pescadores de la zona.

Se trata de acotar un espacio donde las especies tengan asegurado el refugio y la protección  - continúa explicando Santiago -

Con la agudización de la crisis económica, las administraciones públicas están recortando los presupuestos destinados a lavigilancia de las reservas marinas. Sin vigilancia, los pescadores furtivos volverán a pescar sin control hasta diezmar las poblaciones y agotar el recurso, como ya ocurrió en el pasado. Paradójicamente, estos pescadores ilegales tampoco declaran sus capturas en las lonjas y no pagan impuestos por los beneficios de su trabajo. Se entra así en una espiral perversa que agudizará el problema a medio plazo, las langostas desaparecerán otra vez de las islas Columbretes y nadie sabe con certeza si será posible volverlas a recuperar en el futuro.




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