viernes, 9 de junio de 2017

Es hora de irse a Marte

Hace algo más de ochenta años que el poeta Pedro Salinas hizo las maletas y se marchó de España. Nunca regresó aunque le hubiese gustado hacerlo. Se fue a EEUU en un exilio voluntario, definido por la profesora Margarita Garbisu, como “un exilio anticipado”. Según él mismo dejó escrito, se fue para salvarse de un ambiente “sembrado de odios y rencores”; la Guerra Civil vino después pero ya no soportaba un país que había entrado en la espiral diabólica del arrinconamiento de las letras en favor de una política violenta y polarizada. Allí, en la norteamérica que progresaba con fuerza para olvidar la crisis de 1929, el autor de La voz a ti debida se encontró con una sociedad diferente que le sumió en una profunda reflexión de la que surgió su ensayo titulado El defensor. Salinas dejaba un país con un índice de analfabetismo, según la base histórica del INE, de casi un 40%. A estos viejos analfabetos los llamó “analfabetos puros”, aquellas personas sin acceso a la cultura porque no sabían leer ni escribir, porque no tuvieron nunca la posibilidad de aprender. A estos analfabetos, por los que sentía un profundo respeto, los defendía en su obra; pero frente a ellos descubrió a otros que él definió como “neoanalfabetos”, individuos con competencia lectoescritora que “se niegan” a usarla con una finalidad cultural y humanística. El poeta de la generación del 27 escribió su ensayo entre 1942 y 1946, un periodo revolucionario de las tecnologías de la comunicación en el que arrancaba la televisión en muchos países, se consolidó la radio, despegó el cine como industria y el periodismo alcanzó un formidable desarrollo. Fue aquel un tiempo que guarda ciertas similitudes con el momento actual de revolución de la comunicación provocada por la digitalización y por el impacto de Internet. Para Salinas la implantación de la enseñanza primaria obligatoria, como fórmula de alfabetización de la sociedad, fue como “una luz que ilumina a las personas”; sin embargo, sentenciaba que “todo alfabeto actual es un lector potencial (…) pero puede leer o puede no leer”. Además, en el caso de las personas que sí ejercen su capacidad lectora se preguntaba ¿qué leen? y ¿cómo leen? Con una mezcla de ironía, crítica y enfado a partes iguales afirma que los neoanalfabetos “ni están con el diablo en su tenebrosa ignorancia, ni aspiran a Dios, a la claridad de su sapiencia. Todo lo pudieron y a nada se atrevieron”. Salinas era un ilustrado al que le dolía la superficialidad de un mundo que no buscaba el progreso en sus raíces culturales. Un ilustrado desconcertado por una cohorte de mediocres que alcanzan el éxito sustentados en banalidades. Salinas supo ver en esta realidad el peligro de un futuro incierto y lo dejó escrito, desde el título hasta el último punto del tercer capítulo de su libro, la Defensa, implícita, de los viejos analfabetos. Supo anticiparse a los conceptos de “analfabetismo funcional” con la angustia de ver que dejaba atrás un mundo de ignorancia obligada para adentrarse en un nuevo mundo de ignorantes voluntarios. Huyó de un país donde los conflictos se aceleraban buscando la paz en la cultura, antipándose de nuevo a las modernas conclusiones de la Comisión Internacional sobre la educación para el Siglo XXI de la Unesco donde afirman que “sólo puede lograrse la paz a través de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad”. Una bella propuesta que choca frontalmente con la situación actual donde el enfrentamiento y la mediocridad intelectual han puesto tristemente de actualidad el verbo radicalizar. Salinas se fue, y los mismos motivos que a él le llevaron al autoexilio en 1936, bien valdrían ahora para alejarse de un mundo que vuelve a vivir la confrontación constante, local, nacional y global al mismo tiempo. El mayor problema ahora es decidir a dónde ir. Marte sería, tal vez, un buen lugar, siempre que la vida allí fuese posible… y hubiese bibliotecas.

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