El artículo de
Gaziel en La Vanguardia del día 21 de
febrero de 1936 es un soberbio editorial que contiene los ingredientes que
hacen del periodismo de empresa esa atalaya privilegiada para observar la
realidad social a suficiente distancia de la política y con la proximidad
necesaria al pálpito cotidiano del país. Autores como Boudet han
relacionado los múltiples y graves disturbios generados tras la victoria del
Frente Popular con la rebelión militar del 18 de julio, aunque también afirman,
como lo hacen Seaone y Saiz, que el clima de conflictos no justificó
el alzamiento militar que condujo a España a la guerra civil.
Pero en ese
contexto de violencia antirreligiosa, huelgas, ocupación de tierras, asesinatos
y con una coalición de izquierdas (apenas cohesionada) en el poder, La Vanguardia hizo un llamamiento al
sentido común y una denuncia de la ineptitud de políticos inexpertos situados en
los órganos de decisión. Aún fue más allá, y su director dejó escrito en el
editorial, dos días después de que se formase el nuevo gobierno de la
República, lo que probablemente será la afirmación (o recomendación) más
sensata que se dijo en aquellas fechas: “...derechas e izquierdas, en el fondo,
son fuerzas de una importancia casi equivalente (...) que habrían acabado por
convivir sin perder nada de sus fecundos antagonismos, completándose en una
obra común”.
La de Gaziel fue
una pieza visionaria que apuntó la insensatez que supondría cualquier maniobra
política fuera de la legalidad; seguramente su olfato de periodista ya le
indicaba lo que su corazón no quería que ocurriese. Y esa forma de escribir (y
de sentir lo que se escribe) nos conduce a una jugosa reflexión profesional
sobre la aceptación de esas formas de periodismo. La Vanguardia era “el diario preferido para leerlo y para
anunciarse” según afirman Seaone y Saiz, y su éxito de audiencia
traspasaba los límites geográficos de Cataluña. Es decir, que su postura moderada y
equilibrada encajaba con el sentir de una mayoría de personas, y sin embargo,
el desenlace de la situación fue justo el contrario por el que Agustín Calvet
clamaba desde su observatorio de la sociedad. La reflexión que podemos
trasladar a nuestros días es si el periodista hace a la opinión pública o es la
opinión pública, analizada por el periodista, la que éste refleja en su
trabajo. Porque ahí tenemos la dura realidad, tras la victoria de Azaña y la
editorial de Gaziel, se quemaron ciento setenta iglesias en cuatro meses, fue asesinado
el antiguo ministro Calvo Sotelo, y una parte del ejército se rebeló contra la
otra parte y contra sus propios ciudadanos.
Ya
en plena guerra civil, Gaziel debió exiliarse para salvar su vida. Un
republicano huyendo de la República y asediado por el avance del ejército
sublevado. Es el precio que tuvo que pagar por ser un “espíritu de moderación y pragmatismo”; a efectos prácticos eso significa
que fue mucho más inteligente que los políticos del momento y que todas las organizaciones
populares juntas, de uno y otro signo político. Llanas atribuye su
inquebrantable voluntad por el trabajo bien hecho al “calado de su formación
intelectual”. Pero tuvo que pagar por ello, por tener formación, por ser inteligente, y por ser
periodista, hasta las últimas consecuencias.
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