Libertad de expresión y pluralismo
informativo son términos que parecen contravenir la tendencia actual de las
empresas informativas, que se agrupan en entramados mercantiles dando cabida a
accionistas de campos ajenos al periodismo pero siempre con necesidades de
hacer negocio, de proyectar su imagen o de influir para conseguir objetivos
estratégicos.
Casi
todos los grandes grupos mediáticos poseen, además, empresas de publicidad y
productoras de medios; lo que se observa es una especie de autonomía productiva
capaz de cubrir casi todas sus necesidades comunicativas. Si disponen de los
recursos financieros, poseen capacidad de producción y son dueños de ventanas
de comunicación como diarios, revistas y emisoras de radio y de TV, es fácil
deducir que pondrán todo este potencial al servicio de sus empresas más
alejadas del periodismo, como las que actúan en los mercados de la energía, de
las armas o de la alimentación, por poner algunos ejemplos. Entre las seis grandes
corporaciones que controlan en el mundo todos los
ámbitos de la comunicación, ni siquiera existe una rivalidad directa, sino que
colaboran entre ellas para compartir recursos productivos y rentabilizar sus
proyectos empresariales.
La balanza EEUU-Europa en los grandes
grupos sigue un patrón de alianzas que deja del lado americano a cinco de esos seis conglomerados, y como propiamente europeo solo al grupo alemán Bertelsmann
(Recoletos y Planeta). Sin embargo, el origen de otros dos grupos fue también
europeo y en su camino de fusiones han pasado a depender, de forma mayoritaria,
por empresas norteamericanas. Es decir, que EEUU ha
capitalizado los grandes conglomerados mundiales mientras que en Europa
funcionan grupos de menor tamaño, aunque estructuralmente similares, donde el
objetivo principal es el sostenimiento y la rentabilidad económica, como
asegura Reig, “el dinero no tiene ideología”.
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