Alguien
capaz de escribir un relato como este, con la misma naturalidad que quien
escribe sobre cualquier cuestión cotidiana, no caería en la simpleza de titular
su obra con un referente tan claro. Frank Kafka tituló así su obra precisamente
para mantener la coherencia con la fórmula que había decidido usar para contar
su historia, es decir, cuenta que un hombre se convierte en cucaracha como si
tal cosa y titula la obra con un identificador de ese cambio. Por lo tanto,
todo es simbólico, tanto la historia como el título. Si hubiese optado por un
título que identificase el verdadero contenido que encierra su relato, habría
roto ese principio de coherencia. En esta narración no hay metamorfosis sino
una manifestación, una toma de conciencia y la expresión final de un estado que
yacía latente. La metamorfosis que transforma a Gregorio en un escarabajo sin
nombre es un recurso formal para conducir al lector, aunque eso sí, de una forma
original y sorprendente. Esa sorpresa que provoca desde las primeras líneas
atrapa al lector, y el título ha contribuido ya antes a generar un juego de
superficialidad bajo el que se esconde un auténtico drama vital.
La metamorfosis es un relato que trasciende al tiempo y
a sus lectores. Cambiando unas cuantas palabras podría pasar por una historia
escrita ayer. Porque acaso La
metamorfosis ¿no es una reflexión en clave económica?, ¿no es un alegato a
la sobreprotección de los niños o contra la violencia infantil?, ¿no es una
crítica al conformismo y al egoísmo? Este relato clava sus raíces en una serie
de problemas de la sociedad que se daban hace casi un siglo y que se siguen
dando ahora. Gregorio mantiene a su familia, arruinada por la quiebra de un
negocio, pero cuando el hombre-cucaracha desaparece, la familia se reactiva,
buscan trabajo e incluso desvelan que su estado de ruina no era tal. Es decir,
una farsa en torno al dinero para mantenerse subsidiados por su propio hijo, de
quien reniegan en el momento que deja de serles útil. Si sustituimos a los
personajes de Kafka por instituciones, encontramos esta misma historia en las
portadas de muchos diarios actuales.
Gregorio
procura a su hermana pequeña todo lo que ella quiere, incluso aquello que
supone un enorme sacrificio. Sin embargo, cuando el hermano mayor deja ser su
protector, Grete apenas es capaz de corresponderle con algo de comida y poco
más. Más allá incluso, tras la muerte de Gregorio, la niña mejorará su aspecto
y estará “cada días más llena de vida”. Este pasaje de relaciones
hermano/hermana o protector/protegida es una crítica muy amarga a esa tendencia
tan cuestionada en los últimos tiempos a la híper-protección de los hijos. La
moraleja de la no correspondencia es llevada al extremo de que solo con la
muerte se consigue salir de una espiral de relaciones asumidas por la educación
o el sentido de la responsabilidad.
Cuando
el señor Samsa agrede a su hijo con una manzana, lo hace porque Gregorio ha
cambiado y ya no satisface sus necesidades ni se ajusta a sus expectativas. Este
episodio del relato se puede trasladar a los entornos familiares actuales, con
hijos adolescentes que cambian o con familiares que sufren algún tipo de
trastorno y dejan de responder a las previsiones familiares. Kafka lo lleva al
extremo, como todo en su novela, y simboliza la no aceptación del cambio con la
agresión física con una manzana. El arma arrojadiza queda clavada en la espalda
de Gregorio, se pudre lentamente, y es con toda probabilidad, la causa física
de su muerte. Estamos ante un caso claro de violencia doméstica, que diría un
juez actualmente; y así aparecería en los titulares de los diarios. Pero ¿con
una manzana?, una fruta lanzada contra un insecto humano, un padre matando a su
hijo, en connivencia de la madre y la hermana. Son tantas las connotaciones
actuales que darían para mucho, incluso los de Microsoft podrían buscar ahí
reminiscencias de su conflicto con Apple (aquí iría un emoticono sonriente).
Cuando
Gregorio reflexiona sobre la dureza de su trabajo, llega a la conclusión de que
el trato humano “jamás llega a ser cordial”, y exclama “¡que se vaya todo al
infierno!”. Esto lo piensa al mismo tiempo que está descubriendo que ha dejado
de ser humano, que se ha convertido en un “bicho”, y que no es un sueño más. La
metamorfosis que sufre quizás no es tanto una transformación como una
revelación: la expresión final de una situación insoportable. Gregorio no
cambia sino que se muestra como lo que es, una cucaracha. Es así porque para él
las relaciones humanas lo son todo, el respeto a su trabajo y a sus jefes, la
devoción a su familia o la responsabilidad contraída con su hermana. Pero todo
ese sistema de relaciones es una farsa que desemboca en un desenmascaramiento
que se produce al despertar de un sueño. Es decir, se topa con la realidad: es
una cucaracha y lo tratan como tal.
La metamorfosis y sus personajes se independizaron plenamente
de su autor el día después de ser publicados. Ya sé que la teoría de la
literatura da por hecho este aspecto pero releyendo el relato, tantos años
después, me ha importado poco el “kafkiano mundo de Kafka”. Gregorio y su padre, los tres huéspedes, la madre y la
hermana, el gerente, la sirvienta... en fin, todos estos tipos crean un mundo
de desasosiego que trasciende a las intenciones originales de su autor, y que han
cobrado vida al impactar sobre nosotros, los lectores, como ese lector ideal imaginado por el autor. Pese al
camino autónomo de los personajes, algo de culpa tuvo Kafka en todo esto.
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