viernes, 18 de abril de 2014

Pensando la sobreinformación

La sociedad actual es la mayor productora de información de toda la historia de la humanidad. Crovi y Lozano afirman que el volumen de información se multiplica cada diez o quince años y que esa explosión informativa provoca entre los ciudadanos una permanente sensación de incertidumbre, entendiendo como tal, una circunstancia donde abundan las dudas, la indeterminación y la inseguridad. En este contexto, el término sobreinformado ya se maneja con sentido peyorativo, y autores como el profesor Pablo Mendelevich no dudan en usarlo como sinónimo de mal informado. De la misma forma, Wiesel, premio Nobel de la Paz en 1986, afirma la convergencia de sentido entre ambos términos. También Umberto Eco se ha pronunciado sobre el tema en la misma línea cuando se pregunta ¿qué diferencia hay entre un periódico que diga todo lo que uno no puede leer y un periódico que no diga nada?
La literatura autorizada es concordante con la sentencia de Wiesel, a la que se suma la reflexión de J.L. Borges cuando escribe que “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer y abstraerse en un mundo abarrotado de detalles.
Para el profesor Franganillo, la censura en democracia funciona por asfixia. Para él, una forma de vetar contenidos es sobrecargarlos de información y así diluir la capacidad de encontrar lo que buscamos. Es una opinión razonable pero solo es eso, una opinión con forma de hipérbole cuyo objetivo final es remover las actitudes pasivas de los lectores. En cualquier caso, hablaríamos de una censura no intencional, que se produce de forma espontánea y casi inevitable por las complejas características del crecimiento sin precedentes de la información en el momento actual. El mismo autor ofrece la clave para moderar ese efecto censura por sobrecarga informativa cuando sugiere que la gestión de la información debe formar parte importante de nuestra vida.   

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