sábado, 28 de marzo de 2015

El mármol como expresión

En la capilla Cornaro, dentro de la iglesia de Santa María della Vittoria, en Roma, hay un altar formado por un conjunto escultórico en mármol que no deja indiferente a nadie. 
La obra recibe el nombre de El éxtasis de Santa Teresa y su autor es Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) quien la creó entre 1645 y 1652. Se inscribe en el momento culminante del estilo barroco en Italia, cuando los edificios y su ornamentación, como afirma Gombrich, “acumularon las ideas más deslumbrantes”. El contenido representado muestra una de las experiencias místicas de la carmelita española Santa Teresa de Ávila, que levita al recibir la comunión mientras un ángel le traspasa el corazón. Uno de los aspectos más llamativos es la capacidad de abstracción del autor, que partiendo de los textos del libro Vida, escrito por la religiosa, fue capaz de representar, gráficamente, su contenido. No parece esta la simple copia en mármol de una estampa, sino la materialización de toda una forma de ser. Bernini debió estudiar profundamente la obra de Santa Teresa para poder darle forma a su misticismo y, comprometido con la causa de la Contrarreforma, consiguió sumergir al espectador en la experiencia religiosa, siguiendo las recomendaciones del concilio de Trento.   
El Éxtasis de Santa Teresa conforma y organiza todos los elementos del altar de la capilla Cornaro. Formalmente, es mucho más que una obra escultórica, es todo un escenario teatral diseñado para cumplir un fin concreto: envolver a los asistentes y hacerlos partícipes de una fe. La escena principal se observa en contrapicado, con la consiguiente sensación de superioridad que transmite el hecho narrado. Pero las figuras del ángel y de Santa Teresa están iluminadas desde arriba, desde una ventana invisible y sugerente, una metáfora del cielo y de la luz del Creador. El autor hizo uso de su destreza para los detalles, especialmente para el retrato, y consiguió un nivel supremo en la expresión del ángel y de la santa. Sorprende el equilibrio entre ambas expresiones que configuran una verdadera escena de acción, reforzada por la forma de resolver los pliegues de las ropas, un tratamiento desconocido hasta el momento.
Quizás Bernini, como sus predecesores del Cinqueccento, mantenía fuertes raíces de aquel individualismo renacentista porque solo así es posible emprender caminos nuevos en un ambiente acotado por los encargos y los gustos de los mecenas. Su producción artística se inscribió en un periodo política y socialmente convulso, donde la omnipresente religión sufrió el impacto de la Reforma y la reacción de la Contrarreforma. El arte cumplía una misión fundamental en la consolidación y propagación de las creencias, el movimiento protestante proponía la exclusión de las imágenes y su culto, y la reacción del orbe católico descubrió que el arte podía servir también para “persuadir y convertir a aquellos que, acaso, habían leído demasiado”.
El XVII fue un siglo original de profundas contradicciones, al que varios autores se han referido también como “siglo trágico” o “de la crisis socio-económico-política”. En cualquier caso, el contexto en el que Bernini desarrolló su arte es de regresión económica general, tras el impulso renacentista, con una primera crisis del incipiente capitalismo. A esto se suma una crisis de relaciones entre el Estado y la Sociedad, una crisis también, como afirma Mousnier “de todo lo referente al Hombre”. Demográficamente, el XVII es un periodo negativo a causa de la peste, el hambre y la guerra. Mientras Bernini trabajaba en la capilla Cornaro se produjo el periodo de mayor intensidad en la dinámica epidémica y el gasto público aumentó de forma espectacular. En este contexto la representación de la transverberación de Santa Teresa jugó un papel decisivo como catalizador de un estilo artístico, el Barroco, convertido en el símbolo del catolicismo restaurado.     
Bernini superó el arte de la escultura para convertirse en un narrador omnisciente que relata una historia con todos sus matices, a través de las expresiones, las formas y la luz. En literatura está asumido que los personajes, una vez creados, se independizan de sus autores para iniciar una vida paralela y distinta. En escultura, sin embargo, la obra siempre se analiza como producto de su creador, obra de arte y artista forman un conjunto de relaciones inseparables que se alimentan mutuamente. Pero el Éxtasis de santa Teresa puede ser una de esas obras capaz de independizarse de su autor, como los personajes de ficción inspirados en referentes reales que adquieren vida propia, escapando al corsé de la realidad y a la mente creadora de su autor. Esta no es una escultura más del Barroco italiano, la talla en mármol adquiere varios niveles de tridimensionalidad que se separan entre sí gracias a las texturas y a la escenografía recreada alrededor del motivo principal. La mirada del ángel delata sus intenciones, el desfallecimiento y la expresión de Santa Teresa ofrecen un sinfín de sugerencias, incluso para un mismo espectador que la observe en momentos diferentes. La relación entre ambas figuras es sencillamente perfecta, y nos sumerge en el acontecimiento religioso, tal como pretendió su autor.
Santa Teresa nació un día como hoy, 28 de marzo del año 1515. Bernini escenificó su Vida más de un siglo después pero, acabada su obra, él dejó de estar presente; al conseguir una perfecta escenografía borró cualquier recuerdo que nos pueda hacer pensar en las manos que tallaron aquellos mármoles. Esa es la grandeza del arte.

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